¿Como imaginas Paraná, sus costas y sus islas en 1827?

Aunque sus verdes, sus colores, el marrón del río y su flora y fauna no haya cambiado mucho en 190 años, hay un registro exacto de como se veía nuestra región gracias a los estudios del sabio francés Alcide D’Orbigny, considerado como uno de los grandes naturalistas del siglo XIX, que supo recorrer nuestras costas durante 1 año y dejo plasmado en grandes enciclopedias europeas sus descubrimientos y estudios.
 
 
Pocos viajeros han realizado un aporte tan profundo al conocimiento de la naturaleza de la mitad sur de América del Sur como el francés Alcide D’Orbigny. Sus observaciones en la región del Paraná fueron las más completas realizadas y son aún hoy difíciles de superar. D’Orbigny recorrió esa región por más de un año, navegando en el Paraná y sus tributarios, realizando observaciones, colectando miles de especies de plantas y animales, sin dejar escapar nada a su ojo avizor.
Su obra el “Voyage dans l’Amerique Meridionale” se publicó entre 1834 y 1847 y es un verdadero monumento de la ciencia del siglo XIX. Fue traducido al español en 1945 como “Viaje a la América Meridional” y publicado en cuatro tomos por la editorial Futuro de Buenos Aires. El tomo I está dedicado en gran parte al viaje de D’Orbiny por el Paraná y de él se extraen las observaciones sobre biodiversidad que se analizan en el presente trabajo
La extraordinaria biodiversidad que le tocó observar a D’Orbigny en su viaje por el río Paraná, queda reflejada en algunas de sus anotaciones cuando dice que: “la naturaleza era viva por doquier”, o que “la caza (aves, mamíferos, etc.) abunda tanto que no se puede imaginar”, o cuando habla de las extraordinarias bandadas de todo tipo y dice: “Es necesario haber visto esas numerosas concentraciones de pájaros para tener una idea cabal de ellas”; o la densidad tal de la vegetación que se le hacía imposible penetrar en los bosques vírgenes.
 
D’Orbigny habla con admiración del río Paraná y dice que le pareció un océano en comparación con los otros ríos que le tocó navegar. Señala la magnitud del oleaje comparable con la del mar. Además compara las aguas limpias e incontaminadas del Paraná de ese entonces con las contaminadas de Europa.
 
A poco de comenzar la navegación distingue entre la flora nativa compuesta de sauces, ceibos, laurel-mini (que usan para curtir cueros), laurel blanco y palmeras de las plantas traídas desde Europa.
Entre estas últimas se refiere a los naranjos y durazneros que se dan en forma espectacular y que están en las islas altas no anegadizas. Comenta que bajó en una de las islas y rápidamente llenó un bote de duraznos perfumados. Dice que con los duraznos, los habitantes de la región preparan “orejones”, “pelones” y aguardiente. Las naranjas, que son agrias, se usan para hacer un jugo refrescante que se acidula y guarda en barriles. Atribuye la baja calidad de las naranjas al hecho que no están injertadas. También cita perales y manzanos. Con respecto a los frutales, cree que los mismos fueron puestos por los jesuitas a mediados del siglo XVIII. Describe la vegetación a lo largo del Paraná. Se refiere a los sauces que en algunas regiones están casi completamente cubiertos por enredaderas de flores blancas. En las islas en el medio del Paraná menciona que además de sauces y laureles se encuentra el timbó (que tiene madera fina para ebanistería), el sangre-drago (con una resina especial), el palo de leche (que tiene una leche resinosa) y alisos. A esto le suma la descripción de plantas acuáticas que rodean las islas y los árboles que crecen en terrazas altas como acacias y aromos.
 
D’Orbigny presta mucha atención a la diversidad de las aves. Si bien como naturalista le toca cazarlas para su colección y estudio, deja entrever su preocupación por el futuro de esa avifauna. Le llama la atención lo descuidadas y confiadas que son las aves, que están siempre a tiro, y reflexiona sobre el futuro del hombre destruyendo todo eso. Se refiere a las bandadas enormes de aves de muchos tipos y aclara: “Es necesario haber visto esas numerosas concentraciones de pájaros para tener una idea cabal de ellas”. O cuando dice que se despertaba a la madrugada “con el canto de mil diversos pájaros”. Entre la multitud de pájaros y aves que menciona las golondrinas (las cuales dicen que se alimentan a ras del agua de nubes de mosquitos), chopis, pájaros acuáticos, patos de todas clases, cisne pequeño blanco, cisne de cabeza y cuello negro, chajás (que son muy gritones y andan en bandadas), cuervos (a los cuales describe como ibis negros que llenan las osamentas de los caballos), torcazas y otras palomas varias, cardenales, horneros, tangara rojo, gallineta o rascón gigante de Azara, caranchos, carpinteros, garzas, Martín pescador, catartas iribús, picos, cotorras, espátulas, bandurrias, patos reales, cormoranes, estorninos rojos, pájaro rayador, colibríes, pájaro trepador de pico en hoz (gusanero de los troncos), atajacaminos, jacanas (con sus patas con dedos largos para andar sobre el follaje del agua), cigueñas baguarí, acacalotes blancos de alas negras, jabirúes o tuyuyú, anumbis (con sus nidos de espinas), anade de cara blanca, anade rojo y negro, pájaros cultirrostros (a los que consideran los mas ictiófagos), lechuzas (que en las entradas de los nidos de vizcachas actúan como centinelas), ñandúes, entre muchos otros.
 
Respecto a los mamíferos salvajes hace mención de muchos de ellos, pero destaca varias veces el tema de los jaguares (yaguaretés). Dice que muchas de las cruces puestas a lo largo del río eran por nativos o visitantes que habían sido atacados y comidos por los tigres. Comenta que los marineros tenían terror de los yaguaretés que podían llegar nadando hasta las barcazas ancladas cerca de la costa, matar y volver nadando a tierra firme. Menciona a un yaguareté asesino en lo que hoy es San Nicolás. Cuenta, que para pescar, el yaguareté derrama en el agua su espesa saliva, atrae a los peces y así los atrapa para comerlos. También comenta que los caballos atados de a dos, eran la mejor presa del yaguareté, porque este mataba a uno de ellos y espantaba al otro hacia el monte que arrastraba detrás de sí al animal muerto. Cuando ya estaban lejos de las casas, mataba al otro caballo y así se los comía a los dos. Observó un ceibo que tenía marcas de garras y los nativos le explicaron que el jaguar usaba la corteza de ese árbol para afilar las uñas. Cuenta también sobre los tigreros y su particular modo de matar a los yaguaretés. Se refiere a un portugués que era un buen tigrero y que se enfrentaba al yaguareté con un cuero de oveja rodeándole el brazo y un cuchillo en la otra que asestaba mortalmente al animal cuando este lo atacaba. La mención de la abundancia de carnívoros altamente especializados como el yaguareté es un valor indicativo de la biodiversidad. Muchos cronistas de Indias han hablado de ello en distintas regiones del nordeste y noroeste del país. Fray Diego de Ocaña (1565-1608), que pasó en 1600 por el río Salado escribió que “adelante está la Villa de las Juntas, pueblo muy pequeño aunque muy rico de estancias de ganados; y si los tigres no matasen mucho, no cabrían por los campos, porque multiplican mucho”

Respecto a otros mamíferos, se refiere a las nutrias, a las cuales dijo ver con pescados en los hocicos; grandes nutrias (a las que los marinos llaman lobos), cuises y otros conejillos de las indias, carpinchos, grandes ciervos, gamos, tapires, zorros, corzuelas, monos, entre otros. Se refiere al mono gritón o carayá al cual conocen como el “higrómetro de los marinos”, y esto en razón de que antes de las tormentas suben en grupo a las copas de los árboles y dan grandes alaridos.
También se refiere a los quiyás, una especie de roedor mal llamado “nutria”) y a las vizcachas, de las cuales declara que fue el primero en enviar ejemplares a Europa y además realiza una preciosa descripción de las particulares costumbres de este animal. Refiere que vio abundantes murciélagos debajo de la corteza de un sauce.
 
En cuanto a los reptiles menciona la víbora de la cruz (venenosa), tortugas de agua dulce (que entierran sus huevos en la arena los cuales son comidos por los rascones) y caimanes. En cuanto a los caimanes, hace una descripción de lo difícil que era matarlos, al punto que uno que ya estaba desmembrado y dado por muerto le mordió la mano y hubo que amputarle un dedo, lo cual es un dato poco conocido de su biografía.
Con respecto a los peces, menciona los grandes dorados (de hasta 1 m de largo, p. 103), y entre los siluros a los armados y surubíes. También las palometas señalando que los indios usaban los dientes de este pez carnívoro para cortarse el pelo y otros usos propios de las tijeras.
 
Los insectos le llaman particularmente la atención y esto le lleva a colectar miles de ellos. Empieza por los mosquitos que eran verdaderas nubes y cuyas picaduras molestas lo tuvieron mal durante mucho tiempo en su navegación por el Paraná. Dice que cada tanto tiene la suerte de que el viento sur barra con los mosquitos. Menciona la presencia de coleópteros con élitros dorados. También habla de megacéfalos y carábicos muy curiosos, escarabajos de gran talla, y las mangas de langosta que arruinan los cultivos. Como dato interesante las nubes luminosas de luciérnagas las cuales son consideradas como “verdaderos barómetros vivientes” ya que indican las tormentas.