Homilía de la Misa de la Santísima Virgen del Rosario
En ocasión de conmemorarse la fiesta en honor a la Virgen del Rosario, la arquidiócesis celebró a su patrona.
El arzobispo de Paraná, Monseñor Juan Alberto Puiggari presidió la celebración en la tarde de este lunes 7, la cual contó con la presencia de autoridades de diferentes fuerzas, vecinos, colegios religiosos, movimientos y comunidad en general.
Aquí, compartimos el texto de la Homilía.
Queridos hermanos:
Como todos los años, nos congregamos a los pies de esta imagen venerada para recordar con gratitud que Su presencia desde 1730, en una humilde capilla, reúne al primer grupo de pobladores en la llamada “Baxada de Paraná”. Así comienza la historia religiosa, política y social de nuestra ciudad. Por eso reconocemos a la Santísima Virgen del Rosario, como nuestra Madre, Patrona y Fundadora.
Junto a Ella nació Paraná; por eso nació cristiana, Reconocer nuestro origen es asegurar nuestro futuro, profundizar sus raíces, garantizar el progreso de nuestro pueblo poniendo en el centro a Dios como a su Señor.
Hoy queremos dar gracias a Dios, por la creatura más perfecto salida del corazón Trinitario: L a Inmaculada; a Jesucristo porque nos la dejo como madre al pie de la cruz, a María porque nos aceptó como hijos, en el mismo momento en que nuestros pecados eran la causa de la muerte de su Hijo muy amado, a la Santísima Virgen del Rosario porque nos engendró como pueblo que peregrina en estas tierras entrerrianas.
A pocos días de concluir el año misionero y haber celebrado el Encuentro Regional, queremos agradecerle por los frutos de este tiempo y de este encuentro, y pedirle que acreciente en nosotros, el deseo de anunciar a Jesús a nuestros hermanos. Que nos ayude a comprender el espíritu de la nueva evangelización. Hay un estilo mariano en la actividad misionera de la Iglesia nos dice Francisco: porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En Ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes que no necesitan maltratar a otros para sentirse importante EG n. 288.
Con María, queremos decir con San Pablo pobre de mí si no evangelizo que no me salgan callos en el alma, ante tantos hermanos nuestros que están perdidos porque no conocen a Jesús.
Como María, queremos ser una Iglesia que tienda puentes, que rompa muros, que siembre reconciliación, que sea solidaria, en este momento difícil de nuestra Patria.
Como María, queremos ser una Iglesia comprometida con la vida, desde su concepción hasta la muerte natural, con los olvidados por esta cultura del descarte Que seamos samaritanos ante tantos abandonados a la vera del camino.
Honramos a Nuestra Madre con el título de María, del Rosario, ésta advocación, nos habla a lo largo de la historia de su cercanía en los momentos difíciles. (Lepanto y Malvinas) y por eso en este año queremos contemplarla como la Mujer Orante.
Aprender a orar con María porque su oración es memoriosa, agradecida; es el cántico del Pueblo de Dios que camina en la historia. Estoy convencido que toda renovación en la Iglesia y de la sociedad empieza por la renovación de la oración, especialmente de la adoración. Si nos dejamos educar por Ella, tenemos el camino más fácil para llegar a Dios. Dios está en todas partes, pero en María se revela a los pequeños y pobres. “en todas partes el Pan de los fuertes y de los ángeles, pero en María es el Pan de los Niños…” S. Luis Grignion de Montfort.
¡Qué bueno si nosotros también podemos parecernos un poco a nuestra Madre! Con el corazón abierto a la voluntad del Padre, con el corazón silencioso, obediente, que sabe recibir la Palabra de Dios y la deja crecer como la semilla que cae en tierra fértil.
“En el momento en que el mundo corre hacia el absurdo, la desolación y, quizás hacia la catástrofe, la Iglesia nuevamente muestra a María Orante” Paulo VI Jornada por la Paz.
Ante un mundo que nos hace respirar aire contaminado, necesitamos el buen oxigeno del Evangelio que nos ayuda a salir del egoísmo, materialismo y hedonismo para gozar las cosas de Dios y abrirnos a la trascendencia del cielo.
Tenemos que rezar para respirar el aire de Dios y no dejarnos contaminar por las seducciones del mundo, porque como nos advierte Jesús, estamos en el mudo pero no somos del mundo.
La oración es el aliento de la fe, en su expresión más propia. Es como un grito silencioso s que surge del corazón de quien cree, ama y confía en Dios.
Madre enséñanos a orar! Ella nos ha enseñado el arte más sublime e interesante para la humanidad: el arte de hablar con Dios, de tratar a solas con Él, de sumergirse en Él.
Como María, debemos cultivar nuestra capacidad de admiración y asombro ante Dios. Así lo hacía san Agustín: “¿Qué es esto que al mismo tiempo me enardece y me estremece? Eres Tú Dios mío. Me enardece eso que tienes tan semejante a mí. Eres hombre, como yo. Pero me estremece eso que es tan distinto de mí. Eres Dios”.
Puedo en verdad decir que creo sino no rezo. Puedo decir que ama, quien no reza.
Jesús nos lo enseña con su ejemplo y palabra. (“Orad sin cesar” “pidan y se les dará, busquen y encontraran, golpeen y se les abrirá”).
Tenemos que sincerarnos. Todo buen propósito cae si no me comprometo a rezar.
Es difícil rezar?
Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría (Santa Teresa del Niño Jesús).
La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él (San Agustín, De diversis quaestionibus octoginta tribus 64, 4).
Santa Teresa define la oración como estar con quien sabemos que nos ama. Encuentro de amor.
San Pío de Pietralcina “la oración es la fuerza más grande de la Iglesia”.
Tenemos que reencontrarnos con la oración. Tengamos la certeza que toda oración llega al corazón de Dios, ninguna cae en la tierra.
Los grandes orantes de la Antigua Alianza antes de Cristo, así como la Madre de Dios y los santos con Él nos enseñan que la oración es un combate. ¿Contra quién? Contra nosotros mismos y contra las astucias del Tentador que hace todo lo posible por separar al hombre de la oración, de la unión con su Dios. Se ora como se vive, porque se vive como se ora. El que no quiere actuar habitualmente según el Espíritu de Cristo, tampoco podrá orar habitualmente en su Nombre. El “combate espiritual” de la vida nueva del cristiano es inseparable del combate de la oración.
Digamos una palabra sobre el Rosario.
El querido San Juan Pablo II fue un gran apóstol del Rosario, lo recordamos de rodillas frente a esta imagen venerada acá en Paraná. Él nos decía ”El Rosario es oración contemplativa y cristocéntrica, inseparable de la meditación de la Sagrada Escritura. Es la plegaria del cristiano que avanza en la peregrinación de la fe, en el seguimiento de Jesús, precedido por María” (Castelgandolfo 1 octubre de 2006). Es entrar en la escuela de María para aprehender a ser más discípulo-misionero.
“El Rosario, exclamaba, es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad”.
Y Francisco dice: “El Rosario es la oración que acompaña todo el tiempo mi vida. Es también la oración de los sencillos y de los santos… es la oración de mi corazón”.
Que la Santísima Virgen María nos conceda la gracia de Jesús, que nuestra Arquidiócesis sea una comunidad orante, fraterna y misionera.
Mons. Juan Alberto Puiggari.