El médico masón al que Paraná le regaló un castillo

Una vieja fotografía muestra al creador de uno de los primeros observatorios astronómicos del país, con su atuendo de francmasón. Compró los instrumentos en Italia, construyó un castillo en la zona más alta de Paraná y comenzó con la observación científica del mundo estrellado.

Por Jorge Riani

Es la zona más alta de la ciudad, se la identifica con el Instituto Cristo Redentor, pero las viejas fotos hablan del lugar como el observatorio del doctor Sixto Adolfo Perini. Detrás de ese nombre, que suena lejano en el tiempo, que es una referencia casi apagada por el olvido, vive la historia de un sueño, la historia de ideales también.

Perini fue un médico destacado, un filántropo y un masón de alto rango. También un adelantado que apostó su dinero, su tiempo y su esfuerzo para construir uno de los primeros observatorios astronómicos del país. Hacia las postrimerías del siglo antepasado, Perini le pidió al gobierno municipal paranaense la donación de un terreno en las antiguas Casillas de Corrales para instalar el observatorio astronómico que permitiría, además, hacer previsiones meteorológicas.

Para eso adquirió el instrumental en Italia, pero la mala suerte le jugó una muy mala pasada al sueño de Perini. Todo lo que había comprado estaba siendo trasladado en el vapor italiano Abisinia, que partió del puerto de Génova en diciembre de 1885, pero que al llegar a las cosas de Marruecos, en dirección a las Islas Canarias, como último punto antes de cruzar el Atlántico, la nave naufragó y –además de todo lo que Perini había comprado por casi 10 mil pesos, que consistía en una pequeña fortuna casi– se perdieron varias vidas humanas.

Como dijimos, Perini fue masón, integrante de la logia “Asilo del Litoral”, de la que llegó a ser su gran maestre. Se trasladó a Chaco y Paraguay, de donde algunos descendientes suyos nos hicieron llegar la foto que ilustra esta nota, donde se ve al médico con los atributos –mandil y joyas– masónicas.

El cronista investigador Edgardo Ronald Minniti Morgan rastreó historias referidas a Perini y logró datos valiosos. Contó que hacia el año 1883, integraba el cuerpo de médicos de Paraná y que, como tal, estaba lo que una ordenanza obligaba a los profesionales de la salud: realizar frecuentes visitas domiciliarias “con el fin de garantizar el buen estado higiénico del interior de las casas”.

“Fue participante activo en la organización de la exposición de productos industriales agrícolas y naturales de Entre Ríos y el País dispuesta por Ley del 2 de Octubre de 1885 y concretada al final del Paseo Rivadavia (actual Alameda de la Federación) en el paraje conocido como La Batería”, contó el cronista, en alusión a las exposiciones en la zona donde se erige actualmente el Monumento a Urquiza, en el parque.

El 28 de abril de 1887, el gobernador de Entre Ríos, Clemente Basavilbaso, firmó la autorización al pedido de Sixto A. Perini y Antonio Angelini para fundar el pueblo “Gobernador Racedo”, que no es Pueblo Racedo, sino Cerrito, en el departamento Paraná. A través de ese decreto, quedó conformado el pueblo con 64 manzanas, 4 destinadas a la Plaza Principal “Las Colonias”, y otros 4 lotes inmediatos a la misma, para la Iglesia Nuestra Señora de la Merced, la comisaría, escuelas y el municipio.

Se trasladó trasladado a Paraguay, según dio cuenta el 15 de mayo de 1903 la publicación “Las Dominicales”, perteneciente a la logia de los Librepensadores de España, Portugal y América Íbera.

El castillo

Sobre aquel lugar soñado escribimos en el libro Relicario, donde dimos cuenta de la inauguración del observatorio.

“El castillo tiene sus cimientos sobre una historia de drama y épica que se inicia en el año 1865, cuando la bacteria del cólera sumaba números alarmantes al registro de muertes. Algunos testimonios de ese tiempo de epidemias fatales, aseguran que un médico llamado Sixto Perini dedicó un esfuerzo descomunal en la lucha por salvar vidas”.

“Hacia 1870, cuando el ensañamiento de la epidemia había pasado, Perini tuvo tiempo para alimentar su viejo sueño de afincarse en la zona más alta, retirado a estudiar las estrellas”.

La población paranaense, que había levantado el pedestal de héroe sobre los pies del galeno, conociendo su interés por instalar un observatorio astronómico, sumó cuanto pudo en una colecta popular con la que se gratificó la tarea cumplida en los tiempos del cólera. De ese modo, el castillo se hacía realidad a la vera de un camino abierto por la pisada de bueyes que eran arriados a la alejada zona de corrales.

Una crónica que sobrevive en las amarillentas páginas del diario La Opinión de Entre Ríos, cuenta que Perini había tropezado con varios obstáculos para instalar su observatorio. La falta de dinero era la principal valla que habría de sortear, pese a que las instalaciones de sus deseos ya dominaban la cumbre de la ciudad.

Un día, Perini viajó a Buenos Aires, donde se encontró con Antonio Crespo, cuando éste ya había sucedido a Urquiza al frente del gobierno entrerriano. De la extendida charla que mantuvo con el veterano ex gobernador, el doctor Perini salió sorprendido por la expectativa que había despertado su proyecto de instalar un observatorio astronómico y meteorológico. “Ya que usted quiere hacer el observatorio, haga algo digno de esa tierra”, le dijo Crespo a Perini.

El médico puso todo su empeño y poco a poco la torre central de la casa fue poblada por telescopios y otros aparatos de observación y medición meteorológica. El lugar se parecía a las buhardillas de los antiguos alquimistas.

El Observatorio Meteorológico Astronómico del doctor Sixto A. de Perini fue inaugurado recién el 15 de abril de 1888. Era un domingo soleado. El viejo médico y su hijo –que heredó la pasión por observar los astros brillantes del espacio y anticipar el comportamiento climático– fueron los anfitriones de una fiesta que dio marco a la habilitación del esperado emprendimiento.

Los carruajes arribaron con todas sus galas hasta la puerta del caserón. En uno de ellos llegó el padrino del nuevo observatorio, el ministro de gobierno provincial, Ramón Calderón, en representación del ministro de Guerra de la Nación, Eduardo Racedo, que había sido invitado especialmente. “Yo soy nulo en estos asuntos (de pronosticar), pero también sé adivinar su porvenir, y comprendo la importancia trascendental, mañana y en el presente, de un establecimiento de esta clase, llevado a cabo con tanto celo y constancia”, dijo Calderón en su mensaje.

En la amplia galería de la planta baja del edificio estaba todo dispuesto para el lunch. Después de los discursos del padrino y del anfitrión, se realizó un recorrido por las instalaciones. Afuera, el cielo comenzaba a ganar una tonalidad apagada y el sol se cubría de nubes. Costaba creer que una inesperada lluvia jugara una mala pasada a los Perini, justo en el día en que inauguraban su observatorio de pronóstico.

Los nubarrones no dejaban lugar a dudas sobre los próximos minutos y la gente comenzó a retirarse antes de lo previsto, sabiendo que debía volver a la ciudad por camino de tierra. “Los carruajes se dispersaron a la desbandada, haciéndoles repiquetear sus negras toldas un chaparrón que rápido pasaba”, dice quizás el único escrito que registra ese momento cargado de paradoja.

El observatorio prestó servicio durante varios años. Los pronósticos y datos del tiempo se publicaban en los diarios locales y los resultados de las observaciones eran materia de estudio en algunas cátedras de las escuelas. No eran pocos los estudiantes o curiosos que se presentaban por las noches estrelladas a descubrir la inmensidad del espacio desde los telescopios de Perini.