El mayor secreto. Historia en tiempo de tranvias

Relato que mezcla la historia y la ficción en nuestra Paraná de 1956. Forma parte del libro en camino del escritor, historiador y periodista David Córdoba titulado «Paraná de los grandes silencios…»

Foto gentileza de Juan José Battistutti

Por David Cordoba

   Joaquín se había levantado temprano aquél día de setiembre de 1956, aunque sabía que no iría al colegio. La tarde anterior al salir de Educación Física, se habían puesto de acuerdo con Francisco y Nacho que la rácula sería finalmente mañana viernes.

    Tener diecisiete años, estar terminando el secundario, fumar desde los trece, aunque poco,  le daba una cierta autoridad sobre las cosas de la vida, aprendidas entre cigarrillos muchas veces compartidos y, faltar hoy no significaba nada de qué preocuparse, total, tantas veces ya lo había hecho y nunca pasó nada, además los viejos ni sospechaban. Todo estaría bajo control.

Tomó el tranvía de la línea 6 en la esquina de su casa en calle Gualeguaychú, era el que iba hasta el parque Urquiza, tenía que bajarse en Colón y Buenos Aires. Se sentó en el primer asiento porque le fascinaba mirar las maniobras del motorman, acelerando o desacelerando con su mano izquierda, frenando o liberando el freno con la derecha, asegurándolo con un pié y pateando con el otro el botón de la campanilla en las esquinas, o verlo asomarse por la ventana delantera para hacer cambio de vía con un hierro largo que iba colgado a un costado de la plataforma, también le gustaba escuchar como rechinaba en las curvas  o el chisporrotear del trole en el cruce de los cables aéreos al que iba agarrado, aunque hoy más que otras veces le molestaba el asiento duro de listones de madera lustrada, y la llovizna que había comenzado a caer dificultaba ver por la ventanilla, más aún con los cinco listones de hierro, que colocados horizontalmente, impedían que algún descuidado o algún niño sacase los brazos fuera..

    Se bajó en la esquina de la iglesia San Miguel. Siempre le gustaba mirar lo magnífica que era la iglesia, y pegado a su paredón recorrió  la primer cuadra de las dos que tenía que caminar, la segunda le resultaba tétrica, porque después de cruzar calle Ecuador no podía evitar mirar el portón siempre abierto de la “pompa fúnebre”, así denominado popularmente, el gran galpón, que guardaba en su interior los carromatos fúnebres, vehículos y toda la ornamentación que se utilizaba en los velorios, y a veces, algunos ataúdes. Llegó a la esquina del Colegio Nacional, en Garay y Buenos Aires, porque la consigna era “nos encontramos  en el buzón antes de la hora de entrada”. 

    Ni Francisco, ni Nacho aparecieron. Pensó, o se quedaron a dormir, o se arrepintieron y no se animaron de  avisarle. Ninguno de los dos vivía cerca ni tenía teléfono, así que la pregunta era ¿qué hago ahora?…..

    Enfiló por calle Buenos Aires hacia el parque Urquiza, la llovizna era cada vez más fuerte. Desde la altura de las barrancas miró fascinado el color marrón grisáceo del río Paraná, con un velo gris más claro por el agua que caía. Se preguntó: dónde me meto?… porque la mañana va a ser larga… Buscó la escalera que llevaba a la zona de la “boca del tigre”, la bajó apresurado y se fue  por los pastos porque  la calle central estaba con el barro propio de las calles de tierra. Los dos magníficos e inmemoriales árboles, con sus troncos tan enormes que se hubiese necesitado la participación de dos o tres amigos más para poder abrazarlo en derredor, fue el refugio perfecto… el piso debajo de ellos estaba seco y las tremendas frondas eran un techo ideal para esa llovizna de porquería, pensó Joaquín, mientras apoyaba su espalda en uno de los colosos.

    Sacó un paquete de Clifton, comprado para la ocasión, se quedó mirando la etiqueta marrón, extrajo un cigarrillo, iba a prenderlo cuando de golpe percibió ese raro olor… el fósforo de cera se quedó entre los dedos… la sensación de ardor en la nariz… jamás había sentido “eso”, se parecía al olor del ácido que solían preparar en el laboratorio de química del colegio, pero, no tampoco… Nunca supo de dónde salió aquel hombre o cómo llegó sin que él lo notase. Si hubiese tenido que dar una definición, diría que estaba frente a  un linyera, el pelo motoso, la piel que de tan negra parecía azulada, ojos que miraban sin mirar; la barba rala y crecida despareja, el poncho que parece que alguna vez fue celeste, o gris, dejaba ver hacia abajo unos pantalones oscuros de quién sabe qué color…..; iba descalzo… pero los pies no estaban embarrados. El olor se hizo más fuerte, Joaquín pensó que sería por la suciedad del visitante, que permanecía callado, mirando la nada.

    De repente Joaquín escuchó o creyó escuchar de  la boca del hombre:

_  El general nos abandonó…nos dejó tirau…nosotros creiamos en él  y nos dejó solos …

_ ¿Qué general?…Perón? _ dijo Joaquín intentado una conversación, mientras ganaba tiempo y pensaba qué hacer con sus ganas de irse de ahí.

_ Si, nosotros teníamos ganada la pelea… los porteños corrían asustados aquél 17 de setiembre del 61… y nuestro general dio media guelta y se jue… no peleó… no lo podíamos creer… nosotros no éramos cobardes… los entrerrianos somos corajudos… y el coraje nos trajo de guelta… cruzamos el río en lo que pudimos… algunos se jueron pa’ Santa Fe… yo, muerto de hambre y enfermo llegué hasta acá nomás, me senté  sobre las raices de este árbol… ya las juerzas no me daban pa´más… y las casas en el “Tambor” me quedaba lejos entuavía,.. quería ver  los gurises, y mi negra… la pucha… qué esta tristeza que acarreo… no sé si los encontraré…  

_¿Adónde los abandonó ése general?… preguntó Joaquín por preguntar algo, mientras se concentraba en prender el cigarrillo y pensaba que el negro estaba loco o le duraba la borrachera de anoche… 

    Tiró la primera bocanada de humo celeste y el olor extraño se mezcló con el del tabaco que se quema.  Joaquín siguió la evolución del humo que expulsaba

Y cuando giró hacia el negro, esperando la respuesta a su pregunta, se quedó mirando el vacío. Buscó rápidamente detrás del árbol, dio un giro a su alrededor, luego hizo lo mismo con el árbol de al lado. Miró hacia arriba, luego se dio cuenta que era estúpido pensar que hubiese trepado, no tuvo tiempo.

_ Eh, jefe…dónde está?

    El extraño olor se fue mezclando de a poco con el del cigarrillo y el de la humedad de esa desapacible mañana de setiembre, hasta finalmente desaparecer.

    Joaquín siguió fumando el cigarrillo que había prendido, aunque ni cuenta se dio que lo consumía…

    Algunas calles cambiaron de nombre y, donde estaba la “pompa”, hay un enorme edificio…

    Los tranvías se fueron al olvido un 20 de julio de 1962…

    De los dos colosales árboles de la “boca del tigre”, a uno de ellos lo tiró abajo un tornado en la primavera de 1993…tal vez en el que Joaquín estaba apoyado aquella mañana.

     El exilio se lo llevó a Joaquín en 1977. A pesar de ser ingeniero es un enamorado de la realidad argentina que no le contó la historia oficial. Lo es desde el día que descubrió qué pasó el 17 de setiembre de 1861 al sur de la provincia de Santa Fe, en Pavón… y, de lo demás … de lo que vivió aquella mañana de setiembre de 1956… Eso es su mayor secreto.