Cuando Charles Darwin piso tierra paranaense

Impecable relato ficcionado de aquellos años del 1800 cuando el naturalista ingles Charles Darwin visito Paraná, mas precisamente la zona de Bajada Grande y Puerto Viejo. El relato llamado «Juancho y el ingles Darwin» pertenece al próximo libro del periodista David Córdoba titulado «Paraná de los grandes silencios…»

Foto del Museo Histórico Martiniano Leguizamón
«Juancho y el ingles Darwin»

A Juancho lo mandó el patrón del puerto de la Baxada para que acompañara al inglés que había llegado ayer a la tarde en el barco que venía de Santa Fe y que iba hacia Asunción. La balandra había anclado allá afuera, porque no pudo acercarse a la orilla por la bajante de aquel 1833, había empezado octubre y las aguas seguían bajas.

    De mala gana fue a buscarlo a la casa de Don Pedro. Él estaba para cosas más importantes que hacer de cuidador y guía. Al llegar a la casa donde había pasado la noche el motivo de su enojo, éste ya se había ido por cuenta propia hacia las barrancas. En el lugar que le indicaron podría estar, encontró sentado en el suelo a un gringo flaquito, algo jorobado, enclenque, casi pelada su cabeza rubia, y en sus manos huesudas unos dientes de tiburón, de ésos que los chicos de la zona sabían usar para pincharse unos a otros a modo de juego.  De espaldas al río y mirando con atención ese sector de las barrancas que tenía delante y que, con el sol de la mañana brillaban sus paredes con colores raros…para Juancho eran bichos que habían muerto hacia mucho y, que en la orilla del río había unas parecidas y un mal recuerdo de su niñez de aquella vez que se lastimó un dedo con el borde filoso, que de la bronca que se agarró, buscó una piedra grande y la había aplastado a la concha aquella…

    Al saludo de Juancho, el otro respondió con un movimiento de cabeza y empezó a anotar algo en una especie de libreta que tenía apoyada en las rodillas. Ya había visto unas iguales que solían usar los capitanes de barcos, cuando bajaban a tierra a hacer negocios y que guardaban luego en una carterita de cuero.

    El gringo se puso de pié, por señas le indicó que lo siguiera. Tratando de comprender lo que le decía el visitante, solo llegó a entender que se llamaba algo así como “yars o chars”…

    Con el pasar de los días se fue acostumbrando a seguir al gringuito enclenque a todas partes. Subían y bajaban las barrancas. Caminaban por la orilla del río Paraná y los arroyos. Juntaba cosas en una bolsa que cargaba Juancho, el otro, dale que dale, anotaba en su libreta.

    No se acuerda bien, porque no le entendió, pero parece que por el tono de voz y la expresión de su rostro, le desagradaba el olor a sangre coagulada, el ver tantas osamentas de animales tiradas por todas partes y el mosquerío que era una nube que en determinados lugares los seguían y se adherían a la ropa y a la piel, ni hablar de los tábanos, los jejenes, los mosquitos… Para los del lugar eso era la normalidad; si entre los mataderos, las curtiembres y los saladeros, qué otra cosa se podía esperar?

    A Juancho no le gustaban los ingleses. Su padre había muerto siendo él pequeño cuando los gringos quisieron adueñarse de Buenos Aires. Pascual había peleado a las órdenes de Juan Martín de Pueyrredón en el Escuadrón de Húsares.

   Siendo el mayor de cuatro hermanos y su madre en la indigencia, un tío, que acompañaba en funciones de logística militar al general Manuel Belgrano, allá por 1810, en su viaje expedicionario hacia Paraguay, lo trajo con la tropa.

Foto Colección de Cirilo Amancay Pinto del Museo Histórico Martiniano Leguizamón

    Durante el descanso de los hombres al llegar a la Baxada, el tío, que tenía amistad y un parentesco lejano con el comerciante de ultramarinos Don Andrés Pazos, éste, que vivía sobre las barrancas, casi en la desembocadura del Arroyo Antoñico en el Paraná, acepta el pedido de su amigo y pariente, de tomar al huérfano como “criadito” para que vaya aprendiendo a hacer tareas menores y mandados familiares a la zona alta del caserío, para el lado de la Iglesia Matriz. Con la familia de crianza aprendió algo a leer, escribir y matemáticas, durante los cuatro años que convivió con ellos.

    La Asamblea General Constituyente del Año XIII, un día viernes 25 de junio decide elevar a Villa de la Baxada del Paraná a todos ésos sitios que eran el lugar por adopción del muchacho y Don Andrés pasó a ser el Alcalde…Todo cambió porque al año siguiente el amigo de su tío, renuncia, se traslada con su familia a Santa Fe y no regresó más a la Villa…

    El gringo se fue como a los cinco o seis días de haber venido, no andaba bien de salud, había veces que le faltaba el aire y le dolía el pecho, en particular después de subir barrancas o de largas caminatas, buscando cosas que tanto le interesaban y que a Juancho le parecía que no servían para nada, ya que no les encontraba ninguna utilidad.

    Cuando el inglés se despidió de quienes le acompañaron a la orilla del río , y antes de dirigirse hacia la balandra que lo llevaría a Buenos Aires, le escuchó decir a Don Pedro “…adiós Don Darguin”…

    Al fin Juancho se liberó de andar de acompañante de ese rubio flacucho, medio pelado, que además le hacía cargar esa bolsa llena de porquerías que juntaba por todos lados…

   Esa tardecita, se fue a acompañar al “Viejo Hacha” a juntar ramas y prender las hogueras en los altos, colocar los muñecos de trapo y cueros viejos, que desde el río, en la noche, parecerían personas vigilando, así los corsarios que recorrían el Paraná saqueando poblaciones, no se atreverían a acercarse a la Villa…

    Era octubre y el clima agradable, a pesar de los mosquitos… Fue, hace tiempo ya, en una noche como ésta, mientras vigilaban desde lo alto de la barrancas, que supo por boca del viejo, la historia aquella del yaguareté que lo atacó cuando en una  tormenta tuvo que atar la canoa en la isla del frente, porque la lluvia y el viento llegaron tan de golpe que no le dio tiempo a regresar a tierra firme…El bicho hambreado por no haber encontrado ningún carpincho, lo atacó en silencio agarrándolo del brazo, porque por instinto el viejo se movió y le erró al cuello para desnucarlo, porque estos animales matan a sus presas desnucándolas. Con el brazo izquierdo en la boca que desgarraba, con el derecho manoteó el hacha que llevaba siempre en la canoa para cortar leña. Con la desesperación del que se sabe perdido, hundió con todas sus fuerzas el filo en el medio de la cabeza del felino. La muerte hizo soltar el brazo porque también se llevó la fuerza de la mordida…El viejo, testarudo y caprichoso, no quiso que lo viera el médico que vivía en el poblado de allá arriba. La fiebre y el dolor de la infección, a los pocos días había empezado a hacer estragos. Ni cuenta se dio que lo subieron a un carro y lo llevaron delirando palabras incoherentes. Para salvarlo de la gangrena, a aquel veterano médico del ejército de Francisco Ramirez, que a la muerte del general en 1821, volvió a la Villa, con serrucho y un hierro al rojo vivo, cercenó y cauterizó  aquél brazo que había comenzado a podrirse…

    Desde entonces, el hacha de aquel combate islero, cuelga del viejo a manera de bandolera. Se hicieron inseparables, él la quiere porque le sirvió para salvar su vida. Cuando le hacen bromas al respeto suele decir “…nunca se sabe cuándo tendré que usarla, pero, mejor tenerla cerca…”. Aunque ya no va a cortar leña a las islas…

    Ya casi desaparecía la tarde cuando terminaron de armar los montones de leña para las fogatas de la noche…Juancho se acordó del gringo y dijo en voz alta “Ya ha de estar lejos el inglés…”, el viejo lo miró y no dijo nada, ni sabía de qué le hablaba…bueno, tal vez sea tema de conversación de esta noche…pensó.

David Córdoba


SOBRE CHARLES DARWIN

Charles Robert Darwin fue un naturalista inglés, reconocido por ser el científico más influyente de los que plantearon la idea de la evolución biológica a través de la selección natural, justificándola en su obra: El origen de las especies (1859) con numerosos ejemplos extraídos de la observación de la naturaleza.

Charles Darwin

Este sabio, de fama universal, realizó una gira alrededor del mundo a bordo del bergantín «Beagle», que la comenzó en el año 1831 y la terminó en 1836. Después de visitar las zonas australes desembarcó en la Patagonia continuando viaje hacia Buenos Aires y Santa Fe. De aquí vino a Paraná, permaneciendo cinco días dedicados a efectuar diversas observaciones y estudios científicos cuyas conclusiones están contenidas en su libro titulado «Viaje de un naturalista alrededor del Mundo».
Dice Darwin en ese libro que en 1825 Paraná tenía 6.000 habitantes, y 30.000 la provincia y que a pesar de esta escasa población era una de las que ha sufrido más revoluciones sangrientas en corto espacio de tiempo, lo que explicó en la existencia de diputados, ministros, ejército regular y gobernadores. Luego agrega: «El suelo es fértil, y la forma casi insular de Entre Ríos le da dos grandes líneas de comunicaciones: el Paraná y el Uruguay.Y agrega: «me detengo cinco días en Bajada y estudio la geología interesantísima de la comarca.”

Fuente: https://genoma.cfi.org.ar/ – Wikipedia
Bibliografía: Pérez Colman, César Blas, Paraná, 1810 – 1860, Rosario, 1946.